La violencia y la salud mental | Ayaibex Montas / SD

By psicoconsultas - octubre 17, 2021

¿Qué es la violencia?




El delito de homicidio es uno de los más graves y perjudiciales a la sociedad; es la forma más extrema de expresión y resolución de los conflictos sociales entre las personas y los colectivos. No hay cultura sobre el planeta, ni época alguna en que un pueblo humano no se haya enfrentado a la noción de la violencia. Por más primitiva que sea la cultura, en la medida que ya exista algún grado de reflexión consciente, se instala indefectiblemente en el corazón del hombre la intuición sobre el lado oscuro de la naturaleza humana. Cuántas generaciones y generaciones de hombres han sido ya atrapados por la quemante reflexión: ¿Qué es la violencia?, ¿de dónde proviene tanta violencia?.


La repercusión de esto nos enseña que hay una potencialidad destructiva que habita en cada ser humano. Jung le llamaba la sombra. La violencia forma parte del inconsciente colectivo. Y esto pudiera ser un diagnóstico cultural.

 

La palabra en castellano de violencia surge en el siglo XIII y se refiere a la fuerza y al poder viene del prefijo vis y hace alegoría a la locución violentia para describir una cualidad o acción, se aplica a seres animados o inanimados como a situaciones, estados y fenómenos. Para caracterizar una intensificación cuantitativa cuando se traspasa un límite con efectos destructivos.

En la violencia humana la 1era diferenciación que hay que hacer es su carácter subjetivo y objetivo. La violencia subjetiva es aquella que experimenta el sujeto cuando percibe una agresión y su significado o impacto dependerá de las categoriales intelectuales y Morales del sujeto para darle un sentido. La violencia subjetiva asociada a los conflictos internos tiende a proyectarse en un intento de expulsarla dando generalmente lugar a las conductas agresivas. El sujeto va a reaccionar con huida, sumisión o contraataque. La interpretación puede intensificar o reducir los efectos de la agresión. Por su parte, la violencia objetiva es la violencia que el individuo vive originada en el exterior y cuya apreciación puede ser colectiva y objetivarse. La violencia objetiva puede ser tanto causa como efecto de la violencia subjetiva y suele materializarse a través de las relaciones sociales.

Antes en psicología se planteaba que desde que venimos al mundo estamos en violencia, se habla del trauma del nacimiento y del instinto de muerte o autodestructivo. Lorenz define la agresión como aquel instinto que lleva al hombre como al animal a combatir miembros de su misma especie. Desde la historia natural la conducta agresiva se divide en 3: ofensiva, defensiva (amenazadora o sumisa) y predatoria (lúdica o nutricia). La conducta agresiva en cualquiera de sus tipos es un proceso. La violencia implica en su aspecto psicológico la vivencia de una impotencia y desencadena la necesidad de salir de ese estado mediante la conducta agresiva. Las causas de la violencia son múltiples y suficientemente conocida por el sentido común: maltrato en la infancia, padres con herencia de violencia, consumo de brutales películas, noticias, videojuegos de violencia, crisis económica, pobreza, represión política, pérdida de valores o defensa fanática de algunos de ellos, anomia, estrés en el trabajo, desempleo, presión de grupo, soledad, consumo de droga, trauma, depresión, brote psicótico. La articulación de dichos factores en su especificidad e intensidad llevan a un individuo a respuestas agresivas por frustración como ya puso de relieve el conductismo en los años 30 del siglo XX en una hipótesis que dominó hasta los 70 que la frustración individual de la voluntad contrariada se externaliza en forma de agresión y de proyección (desde el nivel instintivo al simbólico) alimentando a la violencia social (j dollard).

Según Charles Tilly hay 3 paradigmas básicos para investigar la violencia según se enfoque la atención en las ideas, las conductas o las relaciones. Este autor parte de la desigualdad social entre ellos-nosotros.

La asociación entre homicidio y enfermedad mental ha sido un tema a debate en el campo de la Psiquiatría y la Criminología durante décadas. Algunos estudios hablan de una leve asociación entre homicidas y cualquier tipo de psicosis, sin embargo, esta visión ha sido rebatida de manera constante en la literatura.

Existe un consenso en el cual el riesgo de ejecutar un homicidio es mucho mayor en personas con problemas de uso, abuso y dependencia de alcohol y otros tóxicos que en cualquier otro tipo de enfermedad mental; además, de determinados rasgos de personalidad que predisponen a la violencia, especialmente la de tipo predatoria o instrumental, como el Trastorno de la Personalidad Antisocial (TPA) o la psicopatía.

Entre las entidades que la literatura relaciona de manera significativa con hechos criminales violentos como el homicidio, encontramos los trastornos asociados al consumo de sustancias, pero, a diferencia de los crímenes cometidos por los psicópatas antisociales, que esencialmente responden a un patrón de respuesta violenta predatoria o instrumental, un medio para un fin, en los alcohólicos y otros toxicómanos, la violencia suele ser reactiva o emocional, por lo general precedida por un altercado, en medio del cual el sujeto bajo influencia del tóxico, carece del control de impulsos necesario para evitar el paso al acto, aún ante situaciones que luego parecen intrascendentes, pues neurobiológicamente funciona a nivel subcortical, con bloqueo de la corteza frontal.

En la historia del ser humano, la existencia de trastornos mentales en los protagonistas de la violencia social, en especial del homicidio, ha sido una realidad constante.

Aunque es un hecho que los individuos con trastornos mentales son más vulnerables de cometer homicidios, no se puede afirmar que todos los enfermos mentales sean homicidas ni que todos los homicidas sean enfermos mentales, pero en muchas ocasiones la enfermedad mental es un factor desencadenante.

Es necesario reflexionar en torno a la complejidad de la impartición de justicia cuando se junta la psicopatología y el crimen. En nuestro país, resulta difícil homogeneizar los criterios para aceptar el fallo del juez en los casos de enfermedad mental o inimputabilidad, pues al parecer, las decisiones finales sobre las consideraciones psiquiátricas no resultan ser lo suficientemente claras y, por lo tanto, no son contundentes. Pesa más el desconocimiento de la enfermedad mental por parte de los jueces, quienes se basan en la dinámica del crimen y en los aspectos legales por lo que otorgan sentencias de tiempo variado para un mismo delito. que lejos de favorecer la evolución de la enfermedad mental del sujeto propician que se exacerbe día a día, con el consecuente deterioro del enfermo mental.

La salud mental individual está determinada por múltiples factores sociales, psicológicos y biológicos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud mental como un estado de bienestar en el que las personas pueden hacer frente al estrés de la vida, trabajar de forma productiva y contribuir a su comunidad de manera positiva. Es por esto que tanto la salud mental y el bienestar social deben considerarse como ámbitos fundamentales del ser humano.


De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), existen 400 tipos de trastornos mentales. Asistimos a la era de la neurociencia donde cada uno de esos trastornos tienen una explicación neurobiológica.



LA VIOLENCIA A LA LUPA DE LA NEUROBIOLOGIA

Violencia es una actitud que se asocia a mecanismos generados en el sistema nervioso central (SNC). La participación del SNC en la conducta violenta genera actividad somática y visceral, ya que participan los sistemas sensorial, motor y autónomo, además de los sistemas endocrino e inmune, que forman parte de la reacción de alarma ante una situación de estrés. Sin embargo, mecanismos de aprendizaje y memoria, que también dependen del SNC, pueden aumentar, disminuir o eliminar la conducta violenta. Desde el punto de vista filogenético la conducta violenta ocurre en prácticamente toda la escala animal.

La amígdala, una de cuyas funciones incluye la memoria emocional, es indudablemente la estructura básica en la valoración de los estímulos a los que se enfrenta el individuo y a la generación de las respuestas emocionales a cada una de las experiencias, agradables o desagradables, intrínsecas o extrínsecas, que ingresan al SNC. La estimulación de la amígdala puede desencadenar conducta de agresión, y lo mismo ocurre por la estimulación del hipotálamo con el que tiene conexiones. Memoria y Emoción se unen en conectomas neuronales que impulsan conductas.


A la luz de la psicología, La violencia se ha instaurado como un posible estado de disociación de la personalidad. Y la luz de la neurociencia encontramos autores que defienden el enfoque de la violencia debido a psicopatía, mientras otros buscan la explicación de la violencia como una afección química que disminuye la serotonina y la dopamina.


Para Blair (2010), los sujetos con tendencia a la psicopatía y comportamiento antisocial se caracterizan por presentar problemas en el procesamiento emocional, situación que Blair define como una reducción de la culpa, insensibilidad y carencia de emociones, lo que en psicología clínica se traduce como afecto plano, asimismo, los sujetos con rasgos psicopáticos tienden a mostrar una reducción considerable de la amígdala y la corteza orbitofrontal, esta última relacionada con la conducta/comportamiento y adaptación a los contextos inmediatos.

A diferencia de Blair (2010), Gil Verona et al. (2002) manifiestan que las conductas agresivas se encuentran relacionadas con una alteración o inhibición de síntesis de la serotonina, los autores argumentan que un número de agentes sociales estresantes como el maltrato y el abuso suelen disminuir los umbrales biológicos de la violencia, los cuales se encuentran relacionados con disfunciones del sistema de serotonina y dopamina.

Se encontró que la disminución de serotonina y dopamina está relacionada con el comportamiento violento; al igual que el glutamato que, a pesar de que las investigaciones aún no son muy consistentes, muestran que la alteración de este neurotransmisor genera un síndrome de descontrol en los sujetos, ya que no están en capacidad de recepcionar las aferencias y eferencias que van hasta la corteza cerebral, es decir, los sujetos con estas tendencias no toman correctamente sus decisiones, sus funciones ejecutivas se encuentran totalmente desestructuradas. En esa misma línea, estos sujetos presentan déficits en el manejo de las emociones. Al parecer, las disfunciones que presenta el sistema límbico conllevan a que no procesen adecuadamente la información que viene del exterior, afectando de manera notable la capacidad de aprendizaje, deteriorando de esta manera su memoria autobiográfica, alteraciones que en lo posible los han llevado a que no manejen de manera eficaz sus emociones y, así, pueda aflorarse los instintos más primitivos que albergan en la “perversidad” de su amígdala.


Lo anterior lleva a inferir, sin necesidad de generalizar, que el ambiente en el que se desenvuelve el sujeto tiende a ser un factor predisponente o de influencia para adquirir ciertos comportamientos agresivos.

 

De esta manera, es necesario que las futuras líneas de investigación no solamente se centren en aspectos del porqué de las alteraciones cerebrales generadas por la violencia, es vital que las investigaciones se centren en aspectos de tratamiento integrales para aquellas personas que se encuentran en contextos violentos, con el objetivo de mejorar su calidad de vida. Asimismo fomentar o crear planes de neurorehabilitación funcional que mejoren la calidad de vida de estas personas y de la sociedad.

La idea de que la violencia es la partera de la historia, que siempre ha habido poderosos y débiles, vencedores y vencidos, que el poder —político, militar, económico, cultural— se manifiesta siempre traspasando límites y arrogándose derechos que transgreden leyes, normas y costumbres, es una operación ideológica que sirve para telescopear hacia el pasado nuestra crueldad actual. Incluso se ha llegado a decir que es mucho menor que antaño. Como si en la Edad Media se hubiera arrojado una bomba nuclear sobre ciudades indefensas, como si en el Renacimiento se hubieran creado campos de exterminio científicamente planificados, como si la esclavitud romana fuera idéntica a la trata de esclavos capitalista, como si las guerras de los Imperios antiguos fueran del mismo rango que las mundiales del siglo XX que se llevaron por delante 100 millones de almas en menos de 10 años.

Es brutal y despiadado nos hemos quedado pasmados ante este crimen grotesco, ante la irracionalidad y la violencia desatada. Desde este lugar se va irguiendo de a poco la necesidad y relevancia de un estudio, pues, como enfáticamente afirmaba Jung (1961) respecto al estado actual de nuestra sociedad ante este problema: Estamos frente al mal y no sólo ignoramos lo que se halla ante nosotros sino que tampoco tenemos la menor idea de cómo debemos reaccionar [...] Efectivamente, no tenemos imaginación para el mal porque es el mal el que nos tiene a nosotros. Unos quieren permanecer ignorantes mientras otros están identificados con el mal. Esta es la situación psicológica del mundo actual.



REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

  1. Blair, R.J. (2010). Neuroimaging of Psychopathy and Antisocial Behavior: A Targeted Review. Cur Psychiatry Rep, 12, 76 – 82. doi: 10.1007/s11920-009- 0086-x

  2. Cannon WB. (1929). Bodily changes in pain, hunger, fear and rage. Nueva York: Appleton;.

  3. Gil Verona, J.A, Pastor, J.F, De Paz, F, Barbosa, M, Macías, J.A, Maniega, M.A, González, L.R, Boget, T e Peicornell, I. (2002). Psicobiología de las Conductas Agresivas. Anales de Psicología, 18, 293 – 303.

  4. Lorenz K. (1963) On aggression. NY: MJF Books; p. xiv + 306.

  5. Volavka, J. (2002). Neurobiology of Violence. New York: American Psychiatric

    Publishing, Inc.


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